Posteado por: antropikos | diciembre 23, 2016

Potlach

Escribo estas notas desde la memoria (de mis lecturas, de mis recuerdos de Franz Boas, Claude Lévi-Strauss, del Museo de Historia Natural de Nueva York), pues en este momento no tengo acceso a mis notas ni a mis libros. Pero cuando soplan estos aires navideños evoco esos rituales de las sociedades tribales, con los que podemos identificarnos. Siempre pensé que el kaiko (la fiesta del cerdo) entre los tsembaga maring de Nueva Guinea, era una variante de las fiestas navideñas.

Pero en estos días la palabra que me asalta la memoria es: potlach.

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Esta actividad era común entre las jefaturas de los kwakiutl (y de los haida y los tlingit, entre otros) de la costa del Pacífico, mayormente en Canadá. Los jefes tribales recogían, a modo de tributo, mantas de colores, objetos y adornos de cobre y otras cosas. Una vez al año celebraban un festín en donde recitaban, cantaban, evocaban la genealogía de los clanes y establecían los preceptos del tótem. En esa festividad comían en exceso carne de salmón y de foca, regalaban los objetos. Llegó un momento en el que en una pira u hoguera localizada en el centro de la casa grande, comenzaban a verter aceite de pescado y ese fuego quemaban las mantas e inclusive los objetos de cobre. En algunas ocasiones, la casa cogía fuego. Era, literalmente, tirar la casa por la ventana, una demostración de prestigio, por medio de la redistribución de los bienes. Era también una celebración de su cultura y una manera de “distribuir” el riesgo y las carencias en épocas de escases. Las autoridades coloniales hicieron todo lo posible por erradicar esa celebración que era, en su visión de mundo, una irracional, en términos económicos, ya que el fin aparente era la destrucción y consumo desmedido de bienes materiales. El potlach requería de un enorme esfuerzo por parte de los linajes del clan, en los preparativos y en su ejecución.

No sé, creo que estas navidades boricuas son el último potlach que celebraremos. Con un “paralelo” con la historia de los kwakiutl las autoridades coloniales (léase, la Junta de Control Fiscal) han de prohibir, de facto, la celebración de nuestro festín cultural. Los tiempos que se avecinan impondrán serias constricciones sobre nuestro patrón de consumo, con lo que veremos un impacto sobre la economía local. Pero antes de que todo se venga abajo, estamos preparados para este potlach, a tirar la casa por la ventana al son de coquito y chichaito, a verter aceites y comer salmón, perdón, debí decir lechón. Celebremos pues el fin de la tradición y del mundo tal y como lo conocemos.


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