Aquí en Antropikos proveo las notas de campo de una visita etnográfica realizada a los pescadores de La Coal, en el Muelle 10 de San Juan, los días 7 y 8 de julio de 1984, como parte de un proyecto sobre las asociaciones de pescadores, subvencionado por el Programa Sea Grant de la Universidad de Puerto Rico. Los investigadores principales eran Jaime Gutiérrez Sánchez y Bonnie McCay. Estas notas son el complemento del artículo sobre La Coal publicado en 80grados.
Notas de campo de La Coal
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De un lado para otro…
Algunas notas no muy precisas sobre el tráfico marítimo
La transportación marina es una actividad en extremo complicada por todos los detalles técnicos que conlleva y las regulaciones que le aplican. La navegación de cabotaje no es diferente y requiere de precisión y atención para proveer un buen servicio de tráfico de pasajeros y carga de un lado para otro, en un horario confiable. Es la manera en la que la economía (cualquiera) debe fluir para ser exitosa. Los puertos y las instalaciones para los pasajeros deben ser adecuadas y servir bien a la clientela. Deben ser cómodas y proveerle víveres para la espera por las embarcaciones o un lugar para pernoctar si la primera salida es temprano en la madrugada.
La tripulación debe ser diestra en los menesteres marítimos y la gerencia de las operaciones ser responsable con el servicio que ofrece. En la navegación comercial hay operadores que tienen contratos para operar y deben adscribirse a las reglas que impone el Estado y las estipulaciones acordadas. Pero hay infinidad de otros actores en este escenario que tienen embarcaciones y muy bien pueden brindar el servicio, pero no están autorizados a ello por razones de seguridad, responsabilidad, y porque no tienen contratos para hacerlo. Pero muy bien podían tenerlo…
¿Quiénes deben ser los operadores del servicio? ¿El sector privado o el estatal?
No tengo la respuesta a esa pregunta, pero sospecho que una alternativa es darle al sector privado esas operaciones, para que asegurarse que se haga de manera eficiente y viable en términos económicos y trasladar a ese sector los riesgos y las dificultades de la operación. (No sé si esto constituye una “alianza público-privada”.)
El Estado puede y debe regular ciertos precios (por ejemplo, la tarifa para los pasajeros) para asegurar que sea justa con las y los usuarios del servicio, e imponer como parte del contrato el horario de servicio, el tráfico de la carga, los servicios ofrecidos, las especificaciones de las embarcaciones utilizadas, las rutas a seguir, la seguridad de la mercancía y de los pasajeros y la capacidad marítima de la tripulación. Debe también velar por que los términos del contrato de operación se cumplan, e imponer las sanciones o multas que apliquen de no cumplirse.
Un poco de memoria
En el siglo XVIII Puerto Rico se enfrentó con el reto de transportar mercancías, bestias y gente de un lado para otro, de los lugares de producción agrícola y las salinas, a los sitios donde podían ser embarcadas para puertos distantes, algunos al otro lado del Atlántico, tan distantes como Hamburgo y Bremen. La navegación de cabotaje era central en las aspiraciones económicas de la colonia, como es de suponer. Pero una de las principales dificultades estaba en transportar la gente a través de los estuarios y los ríos, debido a la ausencia de puentes que facilitaran el proceso. Para ello, los partidos de San Juan y San Germán instituyeron la práctica de arrendar los sitios de pasaje, es decir, los lugares desde donde de podía llevar gente de un lado para el otro.
El ayuntamiento de San Juan sacaba a pública subasta esos lugares, estratégicamente ubicados en las bocas de los ríos y los arrendaba en combo: el flete, el corral de pesca (prometo no decir nada sobre esto aquí) y una casa que sirviera de posada u hostal para que los viajante se alojaran y pudieran salir temprano con su carga a su destino. Con este arriendo podían tener una pulpería para la venta de víveres y desde la que preparaban y vendían la refrescante agualoja de jengibre para los viajeros (que en la documentación les llamaban caminantes). La persona que arrendaba el permiso se le llamaba pasajero. Los fondos derivados de esta operación eran en extremo importantes para el ayuntamiento y de esa operación dependía la ciudad murada para abastecerse de víveres, entre ellos la leche que provenía de las fincas de la familia Dávila.
A finales del siglo XVIII el ayuntamiento de San Juan tuvo que estructurar la operación de una mejor manera para proveer un buen servicio, con el agravante (para ellos) de que los hacendados y propietarios de Toa Baja y Bayamón tenían sus embarcaciones (y sus remeros esclavos) y querían usarlas para trasladarse desde esa banda de la bahía hasta la Capital, navegando por el río Bayamón hasta el litoral y de ahí a la Capital. Los puntos de partida de la costa lo eran Palo Seco, un próspero poblado con serias aspiraciones de ayuntamiento, y Boca Habana, al oeste de Palo Seco.
Para proveer un buen servicio el Partido delineó las guías a seguir en un documento de 1795: (1) El pasajero debía tener suficientes canoas para la conducción de caminantes y víveres a la ciudad, (2) Deben estar bien equipadas y con el personal práctico (los pilotos) que las manejen, (3) Tres viajes de ida y tres viajes de regreso con el horario estipulado, (4) Que las personas que trafiquen con sus canoas paguen un estipendio al pasajero, que es quien tiene el permiso para traficar, (5) Las tarifas para viajeros y carga estaban establecidas, (6) Fuera de horario, se podía dar el servicio a otras personas, pagando una tarifa diferente, (7) La posada debía estar limpia, (8) La pulpería proveía víveres para los viajeros, (9) El servicio de correos iba gratis, (10) La embarcación debía estar en buenas condiciones, y navegadas por su patrón y bogadores, en proporción al número de viajeros y la carga, (11) El pasajero era responsable por la avería o las pérdidas ocasionadas a la carga en el trayecto, (12) El pasajero debía asegurar el retorno de los viajeros y tener embarcaciones listas para el viaje de regreso, de lo contrario se le impondrían multas, (13) La ruta del viaje dependía de las condiciones del mar, sobre todo “en los tiempos de norte” o “cuando la mar esté picada”, en cuyo caso el viaje debía hacerse navegando por la orilla de la bahía, hasta donde fuera posible, y (14) No se toleraba falta alguna a estas estipulaciones, de lo contrario se aplicarían las multas de rigor. Lineamientos similares, aunque no tan detallados, se hicieron para otros lugares de pasaje como el Río de Loíza, entre otros.
Entonces…
Nada, lleguen a sus propias conclusiones. Este servicio estuvo operando por mucho tiempo y tuvo sus dificultades, pero relacionadas al asunto de quienes debían tripular las embarcaciones, ya que a partir de 1803 la Marina insistió en que debían ser los “matriculados de mar”, una disputa que se extendió por varias décadas. En el resto del archipiélago la navegación de cabotaje contó con experimentados hombres de mar, en su mayoría matriculados, con los que se movía la gente, las bestias y las mercancías por los puertos oficiales, fondeaderos y lugares de anclaje y desembarco de toda índole.
El Estado tiene la responsabilidad de asegurarse de que las localidades costeras y sus necesidades de transportación estén bien servidas, pero hay muchas maneras de lograrlo con eficiencia. San Juan se aseguró de que su plaza estuviese bien servida y que el flujo de víveres, bestias y personas estuviese bien atendido, cediéndole a los pasajeros esa función y velando porque se cumpliera con lo estipulado.
No escribo nada más.
Nota:
Este trabajo es parte del proyecto de investigación “De cara al mar”, subvencionado por el Programa Sea Grant de la Universidad de Puerto Rico. El autor es en estos momentos investigador afiliado del Centro Interdisciplinario de Estudios del Litoral (CIEL) de UPR-Mayagüez y del Instituto de Estudios del Caribe (IEC) de la UPR en Río Piedras.
Referencias:
Archivo General de Puerto Rico. Gobernadores Españoles, Caja 560. Expediente remitido por el Ayuntamiento de San Juana la Diputación Provincial con informe sobre los fondos de propios y arbitrios que disfruta en origen. 7 de septiembre de 1813.
Las Actas del Cabildo de San Juan tienen numerosas entradas relacionadas al arrendamiento del pasaje en Palo Seco y Boca Habana durante la segunda mitad del siglo XVIII.
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Etnografía rapida y en bicicleta
Las ruinas a veces engañan, aunque son fragmentos de calamidades, la dejadez, el tiempo y sus meteoros, la maldad, la violencia o los eventos extremos. En el agua noté estos despojos estructurales que son el producto de incendios, de las marejadas, de los huracanes y de la dejadez.
Pero el asentamiento costero que le da el frente y tiene que mirarlos día a día, estaba viva. Las calles estaban aromatizadas con el hervor y asado de perniles, pavos y arroces con gandules. Se escuchaba el levantamiento de las ollas para cotejar el cocido y el efluvio de los guisos se apoderaba de la calle. La gente en la calle usaba sus mejores galas para estar en la calle.
Los negocios (ahora llamados chinchorros) estaban cerrados, pero había bullicio y en un punto estratégico, cercano a la rampa, bajo la sombra de almendros y toldos y cobertores, varios hombres (tal vez unos doce… ¿o imagino el número?), algunos emperifollados y con sus cadenas jugaban al dominó y bebían Medallas, porque en esta parte del mundo eso es lo que se bebe. Un amplificador despedía aguinaldos “a to’ jender”.
En una casa un hombre se debatía si arreglar el tráiler de su lancha o seguir leyendo el periódico. En otra, en los bajos y en una sombra pesada un hombre tejía y remendaba un trasmallo. Al doblar la esquina me percaté que salía de su casa un hombre–con el torso desnudo—que le decía a otro que iba a salir a pescar, “por ahí cerca y sino me voy pa’fuera”. Su lancha estaba preparada con un malacate para la pesca de pargos de aguas profundas, los chillos y los cartuchos.
Las casas de El Seco, en Mayagüez, entonaban sus ritmos navideños al son de las ollas y las puertas de los hornos. En el colindante residencial Jardines de Concordia, desde un segundo piso, de cara a la calle, alguien tocaba en un volumen alto “Estamos bien” de Bad Bunny, mientras que en el edificio contiguo otras personas hacían lo mismo con el clásico de “Navidad que vuelve”. La panadería recibía clientes, tal vez de quienes ordenaron el asado del pavo.
No puede uno dejarse llevar por las ruinas, detrás de ellas (o de frente) hay vida y posibilidades.
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Ese curso maldito de Cambio Social y Cultural…
Wilfredo Geigel
Hace algún tiempo sucumbió—por razones técnicas—mi blog de Antropico. A raíz de eso desarrollé este blog, pero se perdieron en el Internet los artículos. Escribí este artículo, y la secuencia que le sigue, como una reflexión sobre los museos, pero también como una apología al licenciado Wilfredo Geigel. Me he despertado con la triste (y tardía) noticia de su deceso, lo que me ha causado una gran pena. Siempre le admiré. El y su esposa, la profesora Alma Simounet, siempre fueron gente maravillosa conmigo y con quienes les conocieron. Mis últimos encuentros con ellos fueron memorables y uno de ellos en el Paseo Lineal de Bayamón, donde corrían bicicleta, una de esas pasiones que nos unían, junto a los libros y la historia y cultura de nuestro país. Afortunadamente tuve la oportunidad de dejarle saber a ambos mi agradecimiento, por todo lo que hicieron por mi. Una partida que me duele, pero con la satisfacción de que pude conocerle y encontrarme con ambos en este camino.
Sobre museos
Los y las practicantes de la antropología tenemos un museo en nuestro pasado. O en nuestro presente y futuro. Es inevitable ya que es uno de los hitos, íconos y espacios esenciales de nuestra disciplina. Algunos los disfrutamos plenamente y los recordamos con mucha ternura. Mi primera gran experiencia en la disciplina fue trabajar para el extinto Museo de la Fundación Arqueológica Antropológica e Histórica (FAAH) de Puerto Rico, localizado detrás del Teatro Tapia en el Viejo San Juan. Amigos y estudiantes nos dimos cita allí para trabajar, comprometidos con el avance de la antropología y disciplinas afines: Pedro Orlando Torres, Ignacio Olazagasti, mi hermano Samuel Vera Santos, Nancy Villanueva, Edgardo Rivera, Haydeé Venegas y Pura Reyes entre otros.
Esa organización fue fundada por un grupo de anticuarios, diletantes, profesionales (como por ejemplo, Jalil Sued Badillo, Della Walker, entre otros) y mecenas de estas formas de saber. La fundación era dirigida por el Licenciado Wilfredo Geigel, un hombre visionario y de gran generosidad, a quien admiro y recuerdo muy gratamente. Todas y todos ellos con un interés genuino de que el saber avanzara y se divulgara en el público la riqueza cultural de las sociedades pre-colombinas.
Para desarrollar aun más esas disciplinas se publicó un boletín informativo, y se realizaban conferencias, talleres y viajes de campo para expandir el conocimiento. El museo exponía exhibiciones sobre el arte y artesanía de las sociedades aborígenes antillanas y en ocasiones sobre el arte peruano y de otras regiones de América. Una exhibición de talla de santos fue uno de sus grandes eventos en 1975 demostrando así su interés por los procesos culturales de Puerto Rico en épocas más recientes.
Para cultivar el aspecto científico y tener colecciones propias, resultado de investigaciones (y no de compra y colección) el museo reclutó a A. Gus Pantel, uno de mis mentores, amigo y compadre. Bajo la tutela de Pantel se hicieron decenas de investigaciones sobre diversos períodos y culturas aborígenes e inclusive sobre el período de la colonización.
Pasé largas horas en un “laboratorio de arqueología” midiendo, catalogando y clasificando piezas arqueológicas, en su mayoría lítica, herramientas de pedernal. Parece enfermizo, pero en ese tedio y acciones repetitivas hay una extraña forma de felicidad basada en el acto de ir organizando, pensando y clasificando al mundo (o a una fracción del mismo) para entenderlo e interpretarlo.
En 1976 pasé una temporada de trabajo de campo en Cabo Rojo, en el oeste de la Isla, que me expuso al profundo interfaz entre las sociedades humanas precolombinas y los ecosistemas costeros, usando los recursos del mar para su alimentación y para construir sus utensilios, artefactos rituales y arte.
Transitando por Cabo Rojo observé las comunidades pesqueras del municipio y le puse mucha atención a lo que sucedía en Puerto Real, un encuentro que determinó mi vida como antropólogo. Antonio Ramos Ramírez (Mao), historiador, arqueólogo y diletante me llevó a ver y a conocer los entresijos de las comunidades pesqueras de Cabo Rojo. Mi deuda con Mao es enorme.
En fin, que cada antropólogo tiene un museo en su pasado y el mío es el de la FAAH, organización que tuvo la osadía de pagar mis estudios universitarios de postgrado.
No obstante, existe una amplia literatura crítica sobre el papel de los museos, su afán coleccionista, su cosificación de los sujetos, su manipulación del conocimiento y la construcción particular de unos mundos que probablemente nunca existieron. Sobre eso comentaré en los próximos posts de Antrópico.
Anthropology is not a dispassionate science like astronomy, which springs from the contemplation of things at a distance. It is the outcome of a historical process which has made the larger part of mankind subservient to the other, and during which millions of innocent human beings have had their resources plundered and their institutions and beliefs destroyed, whilst they themselves were ruthlessly killed, thrown into bondage, and contaminated by diseases they were unable to resist. Anthropology is the daughter to this era of violence . . . a state of affairs in which I part of mankind treated the other as object. Claude Lévi-Strauss, “Anthropology: Its Achievement and Future” 1966 (250 RSP Equatoria).
Sobre museos II
Una de las reflexiones antropológicas más importantes sobre los museos y el proceso de coleccionar y curar objetos lo ha escrito Richard y Sally Price, dos de los estudiosos más importantes del Caribe. No me quiero detener en la obra de los Price, que es extensa y de una calidad extraordinaria, y si en su libro Equatoria. Para quienes estén interesados en conocer la vasta obra de estos antropólogos puede visitar su página del web.
Equatoria es una autocrítica sobre el proyecto en el que trabajaron conseguiendo y catalogando elementos de la cultura material de los saramaka de Surinam para un museo. En ese proceso de coleccionar, los Price reflexionan sobre la ética del proceso y la cosificación de un mundo humano que desafía los pedazos de cosas que se coleccionan, catalogan, curan y exhiben en un museo, con las interpretaciones de antropólogos extranjeros, pertenecientes a ese primer mundo distante pero muy presente en la vida de las sociedades coloniales y postcoloniales.
Las y los antropólogos, como otros tantos agentes del colonialismo y de la globalización, construimos a veces un mundo que no existe. En cierta medida, inventamos el mundo de los otros y las otras. O al menos, en nuestras obras más concienzudas y políticamente comprometidas se nos escapa un imaginario de unas gentes que desafían todo intento de clasificarlos.
Por eso clasificamos sus objetos, su cultura material, las cosas. Es más fácil. Las manipulamos, las interpretamos, las exhibimos y allí, al pie de la vitrina explicamos mundos complejos y milenarios con frases cortas diseñadas por especialistas para que el texto pueda llegar a todas las edades y niveles intelectuales.
Si usara la metáfora de la pintura, seríamos como Henri Rousseau, pintaríamos un mundo que refleje nuestras propias filias y fobias y nuestra invención de los otros, haciendo un collage de nuestra propia construcción y visión de mundo.
¿Será por eso que la portada de Equatoria tienen precisamente un detalle del cuadro la sorpresa de Rosseau?
Equatoria es también un libro experimental. Las páginas de la derecha son el texto del libro propiamente mientras que el espacio de la izquierda está cubierto de citas de agentes coloniales, antropólogos, y coleccionistas sobre el proceso.
Publicado en Antropología, Obituario
The pointed bread is over
Se acabó el pan de piquito, y con éste la mantequilla. Se acabó la democracia, la gobernanza, la participación y la libertad de decidir el futuro. Y ponte pa’ tu número, porque en el I Ching te tocó para el futuro el Shih Ho, el 21, que para nada es el de Clemente. (“Truenos y rayos. La imagen de morder a través. Así los viejos reyes establecían leyes firmes y con penalidades bien definidas”.)
Sí, tira tres monedas al aire, que esos chavitos prietos es lo único que quedará.
Golpe de Timón… interesante. Hay poesía y sarcasmo por parte de los aspirantes a caifanes.
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Potlach
Escribo estas notas desde la memoria (de mis lecturas, de mis recuerdos de Franz Boas, Claude Lévi-Strauss, del Museo de Historia Natural de Nueva York), pues en este momento no tengo acceso a mis notas ni a mis libros. Pero cuando soplan estos aires navideños evoco esos rituales de las sociedades tribales, con los que podemos identificarnos. Siempre pensé que el kaiko (la fiesta del cerdo) entre los tsembaga maring de Nueva Guinea, era una variante de las fiestas navideñas.
Pero en estos días la palabra que me asalta la memoria es: potlach.
Esta actividad era común entre las jefaturas de los kwakiutl (y de los haida y los tlingit, entre otros) de la costa del Pacífico, mayormente en Canadá. Los jefes tribales recogían, a modo de tributo, mantas de colores, objetos y adornos de cobre y otras cosas. Una vez al año celebraban un festín en donde recitaban, cantaban, evocaban la genealogía de los clanes y establecían los preceptos del tótem. En esa festividad comían en exceso carne de salmón y de foca, regalaban los objetos. Llegó un momento en el que en una pira u hoguera localizada en el centro de la casa grande, comenzaban a verter aceite de pescado y ese fuego quemaban las mantas e inclusive los objetos de cobre. En algunas ocasiones, la casa cogía fuego. Era, literalmente, tirar la casa por la ventana, una demostración de prestigio, por medio de la redistribución de los bienes. Era también una celebración de su cultura y una manera de “distribuir” el riesgo y las carencias en épocas de escases. Las autoridades coloniales hicieron todo lo posible por erradicar esa celebración que era, en su visión de mundo, una irracional, en términos económicos, ya que el fin aparente era la destrucción y consumo desmedido de bienes materiales. El potlach requería de un enorme esfuerzo por parte de los linajes del clan, en los preparativos y en su ejecución.
No sé, creo que estas navidades boricuas son el último potlach que celebraremos. Con un “paralelo” con la historia de los kwakiutl las autoridades coloniales (léase, la Junta de Control Fiscal) han de prohibir, de facto, la celebración de nuestro festín cultural. Los tiempos que se avecinan impondrán serias constricciones sobre nuestro patrón de consumo, con lo que veremos un impacto sobre la economía local. Pero antes de que todo se venga abajo, estamos preparados para este potlach, a tirar la casa por la ventana al son de coquito y chichaito, a verter aceites y comer salmón, perdón, debí decir lechón. Celebremos pues el fin de la tradición y del mundo tal y como lo conocemos.
Publicado en Antropología, Reflexiones
Felinos sueños…
Ha sido extraño. No suelo tener sueños gastronómicos ni pesadillas asociadas a ese orden de la realidad cotidiana. Pero esta madrugada mi entorno onírico se pobló de gatos… de felinos asados en bandejas. Sabrosos, tiernos, jugosos, que reemplazaban a los pavos de la festividad estadounidense. Una carne blancuzca, nítida, deliciosa… realmente no podía creer que se trataba del Felis silvestres catus, aunque felices no estaban en aquellas bandejas de metal, de cuerpo entero y cabeza, servidos sin vianda alguna y sin salsa que los arropara en su asada desnudez. Comí sin extrañeza, sin remilgos y puede que me haya servido dos veces de aquellos gatos satos.
Mis amigos y colegas de cátedra dedicados a la sicología pueden estar tranquilos y tranquilas, porque no represento amenaza ni reto alguno al campo de la interpretación de los sueños, pero es que es un ejercicio necesario que me lleva inevitablemente a la economía política y a la historia. ¿Por qué soñar con el silvestre felino… desnudo y asado en las vísperas de las festividades? ¿Por qué saborearlo e ingerirlo?
En estos días todo tiene que ver con la Junta de Control Fiscal.
A los mayores –y a los que todavía escuchamos a los que son mayores que nosotros, ya porque la vida lo ha decidido, o porque hurgamos su memoria en busca de pedazos de nuestra historia—nos preocupa el retorno del hambre y la pobreza. No porque la hayamos padecido, sino porque nunca la conocimos por la gesta de la generación que nos precedió y que nos contó de la hambruna, de los aceites adulterados, de la abundancia de la pana en medio del racionamiento, de los pies descalzos llenos de niguas, del pecho y la tuberculosis. Pero, es que allá afuera, cuando uno dobla la esquina del shopping donde está Marshalls, allí todavía hay hambre y pobreza hoy, una que se recrudecerá mientras la JCF apriete el cinturón y se desvanezca el manto protector del Estado Benefactor.
Pero… volvamos a los gatos en bandeja.
Tal vez (solo tal vez) hay una tradición española oculta en todo esto. Hay antropólogos que sugieren que la frase “pasar gato por liebre” (y sus variaciones) tiene que ver con la sustitución de una carne por otra… para comer. En el Libro de cocina compuesto por maestre Ruberto de Nola cocinero que fue del sereníssimo señor Rey don Hernando de Nápoles (circa 1580) hay una buena receta para procesar a los felinos y hay en la literatura española varios poemas que, humorísticamente, nos pasan liebre por gato, y viceversa.
El Libro de recetas de las abuelas vascas, publicado en 1995 tiene una receta sobre cómo proceder con nuestro amigo el silvestre felino. Esta receta y otras exigen que el gato se descabece. (Escribí descabezar, no escabechar). Ruberto de Nola así lo especifica:
El gato que esté gordo tomarás, y degollarlo has, y después de muerto cortarle la cabeza, y echarla a mal porque no es para comer, que se dice que comiendo de los sesos podría perder el seso y el juicio el que comiese.
En mi sueño no se siguió esa receta.
He tratado de pensar de dónde me sale ésta cosa de los gatos y pienso que ha tenido que ver con la lectura de un artículo corto del antropólogo Marvin Harris (1937-2001), que fue muy famoso y muy leído en nuestra disciplina, por sus controvertibles planteamientos sobre el materialismo y el consumo de alimentos. (Yo le leí mucho y con intensidad e interés.) En ese artículo (hará cerca de 38 años) Harris mencionó el sitio de Paris en 1870, un evento documentado en la historia de Francia, cuando el ejercito prusiano cercó la ciudad de París y los ciudadanos no tenían qué comer. Fue en ese momento en el que los parisinos iniciaron una campaña de consumo masivo de gatos, perros, palomas y ratas. Pero sobre todo… los gatos y de ahí mi trauma (porque en alemán Traum es sueño), porque siempre pensé en ese momento de la hambruna, de la crisis, en la que la opción era no matarnos como perros y gatos, sino matar gatos y perros para comer, como ocurrió en esa matanza en Paris. Matanza en la que cayó como víctima hasta el gato del pintor Édouard Manet, quien según se alega, procedió a guisarlo. La obra que aquí presento (Mujer con un gato, 1880) tiene su propia historia interesante y el gato no es de Manet… se llama Zizi. Parafraseando al etnólogo Claude Lévi-Strauss, estos gatos son buenos para pensar (y pintar), aunque en su momento fueron buenos para comer.
De regreso al trauma, tal vez mi sueño tiene que ver con los tiempos que se avecinan, y para eso no hay que ser pitonisa ni asomarse al oráculo de Delfos. Vendrán tiempos muy difíciles. Eso sí, parece que me he levantado con algo de hambre y estoy que me como hasta un gato.
Algunas referencias importantes sobre los gatos en bandeja:
Bertelsen, Cynthia. Eating Cat Meat: A taboo? Posted on June 7, 2010. https://gherkinstomatoes.com/2010/06/07/18251/
Fraser, Mathew. Manet’s Cat: the Siege of Paris. August 18, 2013. http://matthewfraserauthor.com/paris/manets-cat-the-siege-of-paris/
Smart, Alistair. Manet: Tale of Two Cats. The Telegraph, Posted on January 29, 2013. http://www.telegraph.co.uk/culture/art/art-features/9826605/Manet-A-tale-of-two-cats.html
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El origen de las cosas: El Inquieto Anacobero
Para paliar la crisis y sus efectos devastadores en la psiquis leo Vengo a decirle adiós a los muchachos, de Josean Ramos (2015, Cuarta Edición, Conmemorativa. Río Piedras: Publicaciones Gaviota). Claro está, acompañado de sus canciones por la vía de Spotify, así voy pareando texto y referencias a canciones con las grabaciones. Una maravilla. De ahí mi referencia a «Delirium» en Facebook.
Mi primer recuerdo del Jefe se remonta a una tarde de domingo en los sesenta con mis padres y hermano, con un calor y tedio asqueroso, en un cafetín de Arecibo, esperando un carro público para Bayamón. Allí un obseso, en su delirium, echaba vellón tras vellón en la Wurlitzer consiguiendo una secuencia interminable de «Envidia», canción que me aprendí aquella tarde y que todavía resuena en los recovecos de mi mente. Otro recuerdo que me asalta es el de un condiscípulo en el Colegio Santo Domingo de Bayamón de nombre Julio Flores, cuyos padres tenían un puesto en la Plaza del Mercado. Julio imitaba al ‘Inquieto Anacobero’ con gracia y precisión, y por ello le invitaban a las funciones escolares. «Envidia» formaba parte de su repertorio.
Durante toda mi vida he escuchado a Daniel Santos, quien me provoca fascinación por su voz y por lo sórdido de su vida, que es la materia de la que está compuesta mucha de nuestra literatura. El libro de Ramos permite darle un vistazo a ese mundo y hacer el análisis sociológico de rigor, en todas las dimensiones posibles. Me ha llamado la atención, que el origen de la carrera del Jefe se remonta a su participación en el Cuerpo Civil de Conservación (las tres C o CCC), programa que ha ocupado una buena parte de mi atención (y la de mis colegas) antropológica e histórica. Para qué contarles, si lo pueden leer aquí:
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La UPR y La Parguera
Sí, porque siempre hay alguien que cuestiona muy rápidamente en las redes sociales… (Yo este asunto lo comenté inmediatamente, a pesar de encontrarme al otro lado del Atlántico en un raro momento de ocio absoluto.)
Pero la UPR no es un bloque unitario y dentro de ella hay diversidad de opiniones e intereses sociales y de clases en torno a la ocupación de la Zona Marítimo Terrestre. Eso debe quedar claro.
El Centro Interdisciplinario de Estudios del Litoral (CIEL), en conjunto con el Programa Sea Grant, a través de investigación subvencionada por la National Oceanophaphic and Atmospheric Administration, NOAA, ha esgrimido el análisis de rigor sobre el asunto. Para ello les invitamos a ver dos informes (que pueden acceder pulsando en los títulos).
El primero es Connectivity of Social (Human) and Ecological (Biophysical) Processes in La Parguera: History, Coupling of Humans and Species. Governance and MPAs. 2009. Final Report of the Socioeconomic Component of the Coral Reef Ecosystem Studies Program.
El segundo es People, Habitats, Species, and Governance: An Assessment of the Socio-Ecological System of La Parguera, Puerto Rico (2014, NOAA & UPR Sea Grant, Manuel Valdés Pizzini y Michelle T. Schärer Umpierre). Ese informe (que incluye un sinnúmero de aspectos) se presentó ante la comunidad de interesados y allí se expuso claramente la situación, sin tapujos.
Ambos trabajos subrayan la ilegalidad de las estructuras y el obstáculo que han presentado, desde la gobernanza, a la conservación y el manejo integrado de la Reserva Natural. Se plantea en ambos que el futuro de la conservación del ecosistema y de la participación de los diversos sectores dependerá de la solución o mitigación de ese asunto.
Ambos estudios citan el libro de Juan Llanes Santos Desafiando al poder: las invasiones de terrenos en Puerto Rico (2001, Río Piedras, Ediciones Huracán). Llanes documenta varios detalles del proceso de las “invasiones” en La Parguera, y como el Estado lo permitió, con sus ambivalencias y lealtades políticas, brindándole a los ocupantes los servicios básicos. Cito de Llanes lo siguiente:
La política de doble estándar del nuevo gobernador electo en 1968, Luis A. Ferré, quedó al descubierto con la situación creada por los invasores veraniegos de La Parguera. Esto resultó plasmado en una inspección del lugar hecha por el Secretario de Recursos Naturales, Cruz Matos. Matos informó que junto a las casas de los pudientes se encontraban algunas viviendas pobres. Según Matos, estas últimas podían ser demolidas, pero las primeras tendrían que ser removidas a través de un proceso legal. La corte para unos; la pala mecánica para otros (2001: 71-72).
Este asunto se “resolvió” con la propuesta de una inversión de más de un millón de dólares para un alcantarillado (que no se construyó entonces pero allanó el camino para que continuara la ocupación). Llanes hace un recuento de los nombres de los ocupantes, que amerita repasar.
Hay una interesante tesis de maestría de la Escuela Graduada de Administración Pública de UPR-Río Piedras, de la autoría de Paulette Díaz Barbosa, titulada La política pública sobre los rescates o invasiones de terrenos: Un caso de estudio, Villa Sin Miedo y La Parguera (1982), que ofrece un perfil de los ocupantes de las caseta, así como sus percepciones sobre el impacto positivo de esas estructuras.
Otro estudio sobre el asunto lo es el artículo Deluxe Squatting: The Case of La Parguera’s Casetas, de Rima Brusi CENTRO Journal, Volume xx, Number 2, Fall 2008). Pueden accederlo pulsando aquí: Brusi
Todo esto es material para rumiar.
Publicado en Antropología, Litorales
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