Posteado por: antropikos | noviembre 12, 2019

Los títeres

Los títeres, ese es un epíteto que escuché mucho en mi niñez en el San Juan amurallado y en el Bayamón suburbano. La titerería: con ese nombre se describía a esa muchachería que tiraba piedras, profería vituperios, hacía fechorías menores, delinquía y se entregaba a distintas formas de violencia. A mi me criaron en mi casa para no ser un títere, aunque de joven cometí una que otra travesura y alguna fechoría digna de ese estamento social. Ese no era—todavía—el mundo de la droga y de la violencia esgrimida con armas de fuego.

Todavía.

Era el universo de las pedradas, las cortaduras, las palizas, las peleas callejeras, el hostigamiento verbal y el atropello. Paralelamente iba creciendo otro universo: el de la tecata o manteca, la metadona, el pasto…que evolucionó en el pastilleo y posteriormente en la cocaina.

Pero el mundo de los títeres era en San Juan el mundo de la pobreza y el abandono de esos sectores populares que entraban a la ciudad con la esperanza de ganarse la vida y abandonar el opresivo mundo rural en el que habían nacido: el agrego, la tuberculosis, los piojos, las niguas y la explotación rampante…que no les abandonaría en el entorno urbano.

Fernando Picó nos dejó como regalo el libro Realengos y residentes: los menores en San Juan, 1918-1940 que es el resultado de una inmersión en el Libro de Novedades de la Policía para explorar el mundo brutal y violento de los niños y adolescentes en un entorno urbano con muy pocas posibilidades económicas para esos sectores de edad.

Los realengos (vamos, en cierta medida visitantes) son ambulantes, niños que viven en la calle o andan durmiendo por doquier, muchos sin domicilio fijo o en fuga de diversas formas de violencia y carencias materiales. Vienen de todas partes de la isla, pero me ha parecido que un número mayor de aquellas y aquellos seguidos por Fernando provienen de Corozal. Desconozco porqué, pero sé que mi abuela paterna, María Lina Figueroa, llegó a la calle Sol desde Corozal para enfrentarse a situaciones muy difíciles de las que tenemos unos trazos muy confusos.

Los residentes y sobre todo los realengos son agresores y agredidos, violadas, violados y violadores, gente prostituida y vendida, vendedores ilegales de cosas y servicios, aplastados por un aparato legal que convertía la proverbial ventana de oportunidades en un boquete muy pequeño, imposible de atravesar sin enfrentarse a la Policía.

Este libro de Picó nos permite dar una mirada profunda a las visicitudes de esos menores, así como conocer una antigua geografía de la ciudad capital, la vulnerabilidad de La Perla ante el oleaje (una sola mención, pero importante), las oportunidades económicas legales e “ilegales” del frente marítimo y la vida portuaria, los enfrentamientos cotidianos (muchos de clase social), la fragilidad de las niñas y los niños ante las perversiones sexuales y la violación, y las vidas convulsas de esos menores que se encontraron en las páginas del Libro de Novedades de la Policía, donde los policías los identifican de manera sistemática como títeres.* Me pregunto cuán generalizado era el uso de ese epíteto por todo el país, porque no recuerdo haberlo visto en el Libro de Mayagüez Playa, donde la muchachería también estaba presente en los avatares contidianos.

Realengos y residentes: los menores en San Juan, 1918-1940 (2019, Río Piedras: Centro de Investigaciones Históricas, Universidad de Puerto Rico) nos deja ver la sensibilidad de Fernando Picó por esa gente que quedó en la rueda de abajo y que hicieron lo posible por salir de su precaria situación. Esa es la vocación religiosa, personal e historiográfica de Fernando. Que quede así redactado, en tiempo presente, porque sigue con nosotros.

 

*La quinta acepción de la palabra títere en el Diccionario de la Real Academia Española se refiere a su uso en Puerto Rico, como “Pillo, vagabundo”. El Diccionario de Voces Coloquiales recopilado por Gabriel Vicente Maura (1984, San Juan: Editorial Zemi) lo despacha rápidamente: “dícese del muchacho o muchacha callejero” [sic].

Posteado por: antropikos | septiembre 2, 2019

Wallerstein

En aquel tiempo leía intensamente sobre la teoría y aplicaciones del concepto Modo de Producción (y formación social, relaciones de producción), pues eran los días en los que el marxismo se había reaparecido en la Antropología británica (por medio de Raymond Firth, quien había estudiado a los tikopia y a los pescadores malayos), la francesa (Maurice Godelier, Claude Meillasoux…), la canadiense (Yvan Breton) y en la estadounidense por varias rutas (William Roseberry, por ejemplo) que de alguna manera tocaban a la gente de Puerto Rico. Stony Brook era entonces un hervidero de estudiantes doctorales de antropología (Robert Shadow, por ejemplo) que trabajaban la economía política, a pesar de la resistencia de nuestros maestros y mentores, como Robert Stevenson, Willam Arens y Pedro Carrasco, entre otros.

Era entonces discípulo de Carlos Buitrago y con él me debatía sobre la ortodoxia y la necesidad de que ese concepto integrara las relaciones humanos-naturaleza. Desde entonces (circa 1976) me encontraba en ese merecumbé. En retrospectiva, creo que leí todo lo que había sobre los modos de producción y sobre todo a Paul Hindess y Barry Hirst que en aquellos días producían una obra teórica de primer orden.

Buitrago me había sugerido que leyera a Fernando Braudel. En 1973 Carlos se convirtió en un apóstol del libro sagrado El Mediterráneo en los tiempos de Felipe II y pensaba que todas las claves para entender a nuestro entorno se encontraban allí. Muchos años más tarde me percaté de ello… mientras tanto evité aquel libraco porque uno tiene también que hacerle la vida difícil al maestro.

En 1983 me encontraba en Natchitoches, Luisiana, escribiendo mi disertación cuando tuve la epifanía de encontrarme con dos textos extraordinarios: la colección de ensayosOn History, de Braudel (1980, originalmente Écrits sur l’histoire, 1969) y la colección de ensayos The World Capitalist Economy escrita por Immanuel Wallerstein (1979, Cambridge University Press). Este último, un libro que se nutrió de toda esa obra latinoamericana, francesa y africana sobre las relaciones desiguales que fracturaban el globo.

Todavía guardo mis notas extensas sobre esas dos lecturas que cambiaron mi visión de mundo, mi Weltanscthauung antropológico y sociológico. A partir de ahí entendí que no era posible hacer ciencia social sin la perspectiva histórica, preferiblemente en la larga duración. Una lección de Braudel, que no me abandona. Vi claramente las relaciones entre sistemas sociales y de producción a escala regional y global. Entender esas dinámicas era conocer a fondo la articulación de nuestras sociedades y culturas. Y claro está, poner en otra perspectiva a los modos de producción. Terminé escribiendo una disertación sobre relaciones de producción y formación de capital en las pesquerías del oeste de Puerto Rico, desde una perspectiva histórico-social.

Immanuel Wallerstein tiene una extensa obra, que yo desconozco en su totalidad, pero leerle en aquel momento y hacer el vínculo antes expuesto (que tuvo concreción en el Centro Fernando Braudel de SUNY, Binghamton, donde enseñaba y regía Wallerstein) fue una feliz epifanía profesional. He leído también un texto imprescindible, Impensar las ciencias sociales (1998, Siglo XXI), que tiene profundos comentarios sobre el trabajo que hacemos y el intento por hacer historia y periodizar.

Wallerstein nació bajo el signo de la Gran Depresión (28 de septiembre de 1930) y murió bajo la constelación de las crisis globales (31 de agosto, 2019). Habrá que releerle.

 

 

 

 

Posteado por: antropikos | julio 31, 2019

Universidad y compromiso: una mirada breve y profunda

El debate sobre las posiciones políticas y religiosas que revelan las tendencias liberales o conservadoras está en la palestra. No sé los detalles de la publicación del libro Universitas ludens de Fernando Picó, bajo el sello de Publicaciones Gaviota en 2019. No tiene prólogo o alguna información que nos guíe sobre los avatares de esta minúscula obra (98 páginas) que tiene lo que parece ser un ensayo inédito—La universidad en juego—seguido de cuatro capítulos que fueron conferencias dictadas ante audiencias muy diversas.

El ensayo inicial, sobre la universidad, debe ser lectura obligada, para poder construir un mejor país y para repensar la universidad. Fernando usa la metáfora del juego, a partir de los preceptos de Johann Huizinga (Homo ludens), para explorar las múltiples transacciones lúdicas a las que nos enfrentamos los que nos convocamos en el espacio universitario.

Fernando demuestra en este libro que ha sido (y es) uno de los pensadores más importantes que ha tenido el país sobre su realidad. Es además un pensador y actor social que—partiendo de su vocación profundamente cristiana—ha demostrado su solidaridad con los sectores marginados y ha sido un propulsor de la pluralidad y la convivencia de paz entre todos, sin menoscabar los procesos de disensión y lucha. Hay anotaciones sobre la importancia de entender la fracturas históricas (de clase) en nuestra sociedad para poder articular proyectos de futuro.

Esos escritos los lanza con humildad y con la certeza de que son parte de sus disquisiciones sobre la vida en este lugar del mundo y que solo pretenden iniciar una reflexión sobre esos procesos, y nada más. Al terminar de leerlo no dejo de pensar que se ha tratado de una breve historia del país, concentrándose en la sociabilidad, las solidaridades y sus rupturas, sin perder de vista los procesos socioeconómicos en la larga duración. Sus posicionamientos sobre diversos temas (raza, clases, sexualidades, el cuerpo y el género) son de avanzada y mucho más arrojados de los que promulgan nuestros políticos aparentemente más liberales.

Hay un llamado al compromiso social y al académico, a trabajar por llevar nuestra sociedad a un mejor lugar—un llamado que en estos días en más urgente que nunca. Fernando ofrece una penetrante y desguazadora mirada a la universidad del siglo XXI y comenta sobre la utilidad de su práctica acumuladora de créditos y sus intercambios que lleva a transacciones entre calidad y cantidad, de las que nos había advertido Héctor Huyke en su libro Antiprofesor. Al leer Universitas ludens, cada cual llegará a sus conclusiones, pues de eso se trata, de provocarnos.

Por mucho tiempo, cada viernes y sábado, traté de llegar temprano al Archivo General para llegar primero, pero Fernando me ganaba en ese juego que yo solo jugaba sin el saberlo. En aquellos día iba tras del Libro de Novedades de la Policía que Fernando nos enseñó a escudriñar, para poder reconstruir de alguna manera las vidas de esa gente de la orilla. Curioso juego, pues sabía de antemano quien ganaría la partida, con el mejor tiempo y la mejor demostración.

Al llegar ya estaba en su estación de trabajo (en la cual nunca me sentaré). Si estaba solo y distraído le daba los buenos días. Si le observaba absorto en sus notas y tarjetas, le dejaba trabajar tranquilo, pero siempre tuve una conversación corta con él, o le importuné con alguna pregunta cuando se distraía. Le he leído intensamente y cada vez descubro su enorme aporte al proceso de escudriñar y mirar al país. Hoy, más que nunca es necesario y hace falta su palabra y su acción.

Posteado por: antropikos | marzo 12, 2019

Notas de campo de La Coal

Aquí en Antropikos proveo las notas de campo de una visita etnográfica realizada a los pescadores de La Coal, en el Muelle 10 de San Juan, los días 7 y 8 de julio de 1984, como parte de un proyecto sobre las asociaciones de pescadores, subvencionado por el Programa Sea Grant de la Universidad de Puerto Rico. Los investigadores principales eran Jaime Gutiérrez Sánchez y Bonnie McCay. Estas notas son el complemento del artículo sobre La Coal publicado en 80grados.

Fotomosaico de La Coal, 2019

Notas etnográficas de La Coal en San Juan

Posteado por: antropikos | marzo 6, 2019

De un lado para otro…

Algunas notas no muy precisas sobre el tráfico marítimo

La transportación marina es una actividad en extremo complicada por todos los detalles técnicos que conlleva y las regulaciones que le aplican. La navegación de cabotaje no es diferente y requiere de precisión y atención para proveer un buen servicio de tráfico de pasajeros y carga de un lado para otro, en un horario confiable. Es la manera en la que la economía (cualquiera) debe fluir para ser exitosa. Los puertos y las instalaciones para los pasajeros deben ser adecuadas y servir bien a la clientela. Deben ser cómodas y proveerle víveres para la espera por las embarcaciones o un lugar para pernoctar si la primera salida es temprano en la madrugada.

La tripulación debe ser diestra en los menesteres marítimos y la gerencia de las operaciones ser responsable con el servicio que ofrece. En la navegación comercial hay operadores que tienen contratos para operar y deben adscribirse a las reglas que impone el Estado y las estipulaciones acordadas. Pero hay infinidad de otros actores en este escenario que tienen embarcaciones y muy bien pueden brindar el servicio, pero no están autorizados a ello por razones de seguridad, responsabilidad, y porque no tienen contratos para hacerlo. Pero muy bien podían tenerlo…

¿Quiénes deben ser los operadores del servicio? ¿El sector privado o el estatal?

No tengo la respuesta a esa pregunta, pero sospecho que una alternativa es darle al sector privado esas operaciones, para que asegurarse que se haga de manera eficiente y viable en términos económicos y trasladar a ese sector los riesgos y las dificultades de la operación. (No sé si esto constituye una “alianza público-privada”.)

El Estado puede y debe regular ciertos precios (por ejemplo, la tarifa para los pasajeros) para asegurar que sea justa con las y los usuarios del servicio, e imponer como parte del contrato el horario de servicio, el tráfico de la carga, los servicios ofrecidos, las especificaciones de las embarcaciones utilizadas, las rutas a seguir, la seguridad de la mercancía y de los pasajeros y la capacidad marítima de la tripulación. Debe también velar por que los términos del contrato de operación se cumplan, e imponer las sanciones o multas que apliquen de no cumplirse.

Un poco de memoria

En el siglo XVIII Puerto Rico se enfrentó con el reto de transportar mercancías, bestias y gente de un lado para otro, de los lugares de producción agrícola y las salinas, a los sitios donde podían ser embarcadas para puertos distantes, algunos al otro lado del Atlántico, tan distantes como Hamburgo y Bremen. La navegación de cabotaje era central en las aspiraciones económicas de la colonia, como es de suponer. Pero una de las principales dificultades estaba en transportar la gente a través de los estuarios y los ríos, debido a la ausencia de puentes que facilitaran el proceso. Para ello, los partidos de San Juan y San Germán instituyeron la práctica de arrendar los sitios de pasaje, es decir, los lugares desde donde de podía llevar gente de un lado para el otro.

El ayuntamiento de San Juan sacaba a pública subasta esos lugares, estratégicamente ubicados en las bocas de los ríos y los arrendaba en combo: el flete, el corral de pesca (prometo no decir nada sobre esto aquí) y una casa que sirviera de posada u hostal para que los viajante se alojaran y pudieran salir temprano con su carga a su destino. Con este arriendo podían tener una pulpería para la venta de víveres y desde la que preparaban y vendían la refrescante agualoja de jengibre para los viajeros (que en la documentación les llamaban caminantes). La persona que arrendaba el permiso se le llamaba pasajero. Los fondos derivados de esta operación eran en extremo importantes para el ayuntamiento y de esa operación dependía la ciudad murada para abastecerse de víveres, entre ellos la leche que provenía de las fincas de la familia Dávila.

A finales del siglo XVIII el ayuntamiento de San Juan tuvo que estructurar la operación de una mejor manera para proveer un buen servicio, con el agravante (para ellos) de que los hacendados y propietarios de Toa Baja y Bayamón tenían sus embarcaciones (y sus remeros esclavos) y querían usarlas para trasladarse desde esa banda de la bahía hasta la Capital, navegando por el río Bayamón hasta el litoral y de ahí a la Capital. Los puntos de partida de la costa lo eran Palo Seco, un próspero poblado con serias aspiraciones de ayuntamiento, y Boca Habana, al oeste de Palo Seco.

Dibujo de Palo Seco por Auguste Plee (1821-1824)

Para proveer un buen servicio el Partido delineó las guías a seguir en un documento de 1795: (1) El pasajero debía tener suficientes canoas para la conducción de caminantes y víveres a la ciudad, (2) Deben estar bien equipadas y con el personal práctico (los pilotos) que las manejen, (3) Tres viajes de ida y tres viajes de regreso con el horario estipulado, (4) Que las personas que trafiquen con sus canoas paguen un estipendio al pasajero, que es quien tiene el permiso para traficar, (5) Las tarifas para viajeros y carga estaban establecidas, (6) Fuera de horario, se podía dar el servicio a otras personas, pagando una tarifa diferente, (7) La posada debía estar limpia, (8) La pulpería proveía víveres para los viajeros, (9) El servicio de correos iba gratis, (10) La embarcación debía estar en buenas condiciones, y navegadas por su patrón y bogadores, en proporción al número de viajeros y la carga, (11) El pasajero era responsable por la avería o las pérdidas ocasionadas a la carga en el trayecto, (12) El pasajero debía asegurar el retorno de los viajeros y tener embarcaciones listas para el viaje de regreso, de lo contrario se le impondrían multas, (13) La ruta del viaje dependía de las condiciones del mar, sobre todo “en los tiempos de norte” o “cuando la mar esté picada”, en cuyo caso el viaje debía hacerse navegando por la orilla de la bahía, hasta donde fuera posible, y (14) No se toleraba falta alguna a estas estipulaciones, de lo contrario se aplicarían las multas de rigor. Lineamientos similares, aunque no tan detallados, se hicieron para otros lugares de pasaje como el Río de Loíza, entre otros.

Entonces…

Nada, lleguen a sus propias conclusiones. Este servicio estuvo operando por mucho tiempo y tuvo sus dificultades, pero relacionadas al asunto de quienes debían tripular las embarcaciones, ya que a partir de 1803 la Marina insistió en que debían ser los “matriculados de mar”, una disputa que se extendió por varias décadas. En el resto del archipiélago la navegación de cabotaje contó con experimentados hombres de mar, en su mayoría matriculados, con los que se movía la gente, las bestias y las mercancías por los puertos oficiales, fondeaderos y lugares de anclaje y desembarco de toda índole.

El Estado tiene la responsabilidad de asegurarse de que las localidades costeras y sus necesidades de transportación estén bien servidas, pero hay muchas maneras de lograrlo con eficiencia. San Juan se aseguró de que su plaza estuviese bien servida y que el flujo de víveres, bestias y personas estuviese bien atendido, cediéndole a los pasajeros esa función y velando porque se cumpliera con lo estipulado.

No escribo nada más.

Nota:

Este trabajo es parte del proyecto de investigación “De cara al mar”, subvencionado por el Programa Sea Grant de la Universidad de Puerto Rico. El autor es en estos momentos investigador afiliado del Centro Interdisciplinario de Estudios del Litoral (CIEL) de UPR-Mayagüez y del Instituto de Estudios del Caribe (IEC) de la UPR en Río Piedras.

Referencias:

Archivo General de Puerto Rico. Gobernadores Españoles, Caja 560. Expediente remitido por el Ayuntamiento de San Juana la Diputación Provincial con informe sobre los fondos de propios y arbitrios que disfruta en origen. 7 de septiembre de 1813.

Las Actas del Cabildo de San Juan tienen numerosas entradas relacionadas al arrendamiento del pasaje en Palo Seco y Boca Habana durante la segunda mitad del siglo XVIII.

Posteado por: antropikos | noviembre 22, 2018

Etnografía rapida y en bicicleta

Las ruinas a veces engañan, aunque son fragmentos de calamidades, la dejadez, el tiempo y sus meteoros, la maldad, la violencia o los eventos extremos. En el agua noté estos despojos estructurales que son el producto de incendios, de las marejadas, de los huracanes y de la dejadez.

Pero el asentamiento costero que le da el frente y tiene que mirarlos día a día, estaba viva. Las calles estaban aromatizadas con el hervor y asado de perniles, pavos y arroces con gandules. Se escuchaba el levantamiento de las ollas para cotejar el cocido y el efluvio de los guisos se apoderaba de la calle. La gente en la calle usaba sus mejores galas para estar en la calle.

Los negocios (ahora llamados chinchorros) estaban cerrados, pero había bullicio y en un punto estratégico, cercano a la rampa, bajo la sombra de almendros y toldos y cobertores, varios hombres (tal vez unos doce… ¿o imagino el número?), algunos emperifollados y con sus cadenas jugaban al dominó y bebían Medallas, porque en esta parte del mundo eso es lo que se bebe. Un amplificador despedía aguinaldos “a to’ jender”.

En una casa un hombre se debatía si arreglar el tráiler de su lancha o seguir leyendo el periódico. En otra, en los bajos y en una sombra pesada un hombre tejía y remendaba un trasmallo. Al doblar la esquina me percaté que salía de su casa un hombre–con el torso desnudo—que le decía a otro que iba a salir a pescar, “por ahí cerca y sino me voy pa’fuera”. Su lancha estaba preparada con un malacate para la pesca de pargos de aguas profundas, los chillos y los cartuchos.

Las casas de El Seco, en Mayagüez, entonaban sus ritmos navideños al son de las ollas y las puertas de los hornos. En el colindante residencial Jardines de Concordia, desde un segundo piso, de cara a la calle, alguien tocaba en un volumen alto “Estamos bien” de Bad Bunny, mientras que en el edificio contiguo otras personas hacían lo mismo con el clásico de “Navidad que vuelve”. La panadería recibía clientes, tal vez de quienes ordenaron el asado del pavo.

No puede uno dejarse llevar por las ruinas, detrás de ellas (o de frente) hay vida y posibilidades.

 

Posteado por: antropikos | marzo 16, 2018

Ese curso maldito de Cambio Social y Cultural…

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Todos los martes y jueves a las 12:30pm realizaba una peregrinación desde el complejo de edificios de Estudios Generales hasta el edificio Ramón Emeterio Betances (REB), hogar de la Facultad de Ciencias Sociales. En Estudios Generales tomaba una clase maravillosa de Humanidades con la Profesora Ivonne Laborde. La inmersión en el mundo de las ideas y en la filosofía europea del siglo XIX me fascinaba. Entonces leía con pasión Así habló Zaratustra, de Federico Nietzche. La voz meliflua, la pedagogía de la pasión y la sabiduría de la señora Laborde me transportaba a un mundo intelectual que me atraía. Cuando terminaba su clase nos quedábamos varios estudiantes a seguir explorando su mirada penetrante a las ideas y al pensamiento. Era poco el tiempo que podía quedarme después de clase pues debía pasar con prisa la acera colindante con Peyton Place, donde siempre pasaba algo importante, dejar a mi izquierda el Centro de Estudiantes, pasar la Enfermería, cruzar la calle y atravesar los pasillos de Pedagogía y Empresas con sus respectivas tribus hasta llegar a REB. En ocasiones (muchas) seguía por la acera paralela para detenerme rápidamente en el puesto de hotdogs para atragantarme uno antes de ir a clase.

De ahí subía rápidamente hasta llegar al salón del curso de Cambio Social y Cultural dictado (sí, dictado) por la Dra. Beate Salz, en un castellano matizado por un fuerte acento alemán. La profesora siempre me llamaba la atención por llegar tarde y por entretenerme con unas interesantes conversaciones que ocurrían en la parte trasera del aula. La Dra. Salz procedía a llamarme por mi nombre y hacer las preguntas más inverosímiles (para mi) sobre el material discutido. Recuerdo que una vez me hizo una pregunta sobre la ubicación e importancia de los cenotes en Yucatán. En ese momento elucubré una contestación enrevesada sobre la distancia entre los cenotes, su relación con los poblados y el acceso al agua en esa península. Fue una epifanía ecológica que logró sacar una sonrisa del rostro augusto de la doctora Salz y una felicitación por mi ingeniosa respuesta. Esa gesta me liberó del látigo Salziano por dos semanas, al cabo de las cuáles volvió a tomarme como punto.

La desprecié intensamente y sé que ella a mi también, desde que le dije que tenía que comer algo antes de entrar a su clase y desmayarme del hambre. Creo que dije algo tenebroso sobre los temas de la clase… Honestamente, no soportaba su clase ni le soportaba como persona, sobre todo porque tenía la certeza de que era injusta conmigo en la corrección de los ensayos que teníamos que escribir en los exámenes. Nunca me calificó como excelente… todo fue bueno o regular, por lo que mi nota fue una B. Sí, ya lo saben mis estudiantes de sociología: no saqué A en la clase de Cambio Social y Cultural.

Nunca más vi a la Dra. Salz porque entre otras cosas se retiró en 1976 del Recinto de Río Piedras, un año después de darme clase. Ese año me fui a Stony Brook (SUNY) a seguir estudios de maestría y doctorado en Antropología. Mientras estuve en Stony Brook me acordé todos los días de Beate Salz y le eché bendiciones y mis mejores deseos. Yo me leí todo lo que nos asignó en Cambio Social y Cultural y esas fueron lecturas esenciales en los primeros semestres en la escuela graduada. A pesar de lo que he escrito aquí, yo le ponía atención a la Dra. Salz pues todo lo que discutía era central a la disciplina.

En ese curso me encontré de lleno con la obra de Alfred Lewis Kroeber (me leí su texto Anthropology dos veces), exploré la visión de la Escuela de Chicago en los trabajos de Robert Redfield, con especial atención a A village that Chose Progress, y la brillante (debo admitirlo) exposición de la doctora Salz sobre Chan Kom: A Maya Village y Tepoztlan, A Mexican Village. En ese curso trabajamos el texto clásico sobre la industrialización Machine Age Maya, de Manning Nash que había sido publicado unos años antes. Curiosamente, la disertación doctoral en Sociología de la doctora Salz giró en torno al proceso de industrialización en comunidades indígenas en Ecuador. Entonces (y todavía) el tema de la aculturación era importante y los antropólogos habían desarrollado guías detalladas para su estudio, sin decir claramente que se trataba de sociedades intervenidas por poderes imperiales e inmersas en relaciones coloniales. Fue un tema central del curso y cubrimos los detalles más importantes de ese proceso, según el conocimiento y el estándar de la época.

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Robert Redfield y su familia (Universidad de Chicago)

No estoy seguro, pero creo que fue en ese curso que escuché por primera vez el nombre de José María Arguedas asociado a la Antropología y el estudio del cambio social. Me pareció curioso porque en mi primer año en la UPI había leído Los ríos profundos, novela que me impresionó y que me empujó a leer otras cosas de Arguedas.

Eso sí, estoy absolutamente seguro que fue en ese curso que escuché por primera vez de Frances y Melville Herskovits y su obra de los cimarrones de Surinam y sobre los estudios de aculturación y resistencia de esas sociedades, en su obra Rebel Destination, que en estos días veo en una referencia del nuevo libro de Richard y Sally Price, Saamaka Dreaming. Recuerdo—como en un sueño—como quedé sorprendido con la existencia de sociedades tribales de origen africano reconstituidas en los bosques tropicales de América del Sur. De ahí surge tal vez mi interés por la obra del matrimonio Price, que en retrospectiva parecen ser una reencarnación de los Herskovits.

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Melville y Frances Herskovits (Northwestern University Library)

 

A Beate Salz no se le ha dado el crédito que merece y no estoy seguro que este escrito le ayuda. Lo cierto es que al retirarse de UPR-Río Piedras en 1976 se mudó cerca de la familia de su hermana en la provincia de Saskatchehuan, en Canadá. Allí tuvo su biblioteca personal, la que donó a la universidad de la provincia que ahora alberga The Salz Latin American Collection. La pagina de la biblioteca nos provee varios datos sobre Beate Rosa Salz: nació en Alemania, en una familia de académicos judíos que se mudaron a Inglaterra, donde Beate hizo parte de sus estudios de bachillerato (licenciatura), los que terminó en Ohio, donde su padre, Arthur Salz, fue a enseñar Economía Política. Salz hizo estudios graduados en The New School for Social Research donde obtuvo su doctorado en Sociología en 1950.

En 1954 –año de mi nacimiento—Salz comenzó a enseñar en Río Piedras, desde donde realizó estudios sociológicos y etnográficos en Sur América y el Caribe. Los intereses intelectuales de la doctora Salz –según se desprende de la colección donada—incluían: la historia del pueblo judío, el arte y la literatura. El Centro de Estudios Judíos de Nueva York tiene varios documentos donados por Beate y su hermana Judith sobre los eventos de la quema de sinagogas en Baden Baden y una conferencia sobre ese tema en 1992, dossier que guarda muchas fotos pero no logro identificar una donde salga la doctora Salz.

Salz llegó a la Facultad de Ciencias Sociales en 1954, cuando Pedro Muñoz Amato era en decano. En ese momento la UPR y su rector, Jaime Benítez, se encontraba en un proceso de reclutamiento intenso de intelectuales de diversa procedencia, que abonaran a una visión universal y modernista al país y a la Universidad (véase a Duany 2005a:186-188). Mucho se ha escrito sobre ese proceso en las humanidades, la filosofía y la literatura, pero hay también una historia importante en las Ciencias Sociales y en el Centro de Investigaciones Sociales. En ese año se cruzaron estudiosos de diversa procedencia y trasfondos personales que imprimieron una visión global a nuestras disciplinas, aún en medio de cierta aprensión a la presencia de estadounidenses que eran en su mayoría los que articulaban prácticas metodológicas y perspectivas teóricas en las ciencias sociales, en esa Facultad. El estadounidense Arthur J. Vidich (de padres eslovacos), antropólogo que cruzó la frontera disciplinar para insertarse en la Sociología, llegó en agosto de 1954 a Río Piedras bajo unas condiciones de vida y de trabajo envidiables, según su propia reflexión (Vidich 2009: 341-345). Mientras dictaba clases terminaba de escribir su libro Small Town (una referencia obligada), junto a Joe Bensman a distancia y por correo regular. 1 Su abordaje era de naturaleza etnográfica y pienso que esa vena metodológica y esas reflexiones formaron parte de los debates intelectuales de la Facultad y del grupo de discusión que formaron en ese año académico: The Country Circle. Deduzco que en ese año, durante su estadía en Puerto Rico, Vidich escribió su artículo “Participant Observation and the Collection and Interpretation of Data” publicado en 1955 en la prestigiosa revista American Journal of Sociology (publicada por la Universidad de Chicago) donde aparece UPR-Río Piedras como la institución académica del autor.

Las citas y referencias de Vidich revelan su adherencia (como suele ser) al canon imperante de la época y a figuras icónicas de la antropología y del uso del método de la observación en “comunidades”: William Whyte (Street Corner Society), Florence Kluckhohn, Alfred Lewis Kroeber (editor del compendio Anthropology Today, publicado por la Universidad de Chicago en 1953), y Oscar Lewis, entre otros. Vidich cita a Florence y no a Clyde, su mentor y figura monumental en la disciplina, ello debido a un proceso doloroso de ruptura mentor-pupilo; pero esa es otra historia que queda fuera de esta reflexión. En 1957 Vidich publicó junto a Bensman un artículo sobre la validez de los datos de campo, en la Revista de Ciencias Sociales, lo que abona a la conjetura de que esos debates metodológicos eran comunes en el CIS y en la Facultad de Ciencias Sociales.

Vidich subrayó en su libro la conexión entre la Universidad de Chicago, centro intelectual y de investigación sobre la modernización y el desarrollo, y la UPR, pero sobre todo con la Facultad de Ciencias Sociales y el Centro de Investigaciones Sociales, que fue dirigido en sus comienzos por Millard Hansen, graduado de esa universidad (Vidich 2009:350). El CIS, diseñado por Lewis A. Dexter en 1944 (como consultor externo) fue dirigido antes de Hansen por Reford G. Tugwell, Clarence Senior y el economista Simon Rottenberg (Duany 2005a: 192-193).

Por esos pasillos transitaron consultores en las ciencias sociales, algunos de la Universidad de Chicago, entre ellos Robert Redfield, quien era una de las figuras prominentes de una antropología que miraba a las sociedades en transición, al campesinado global y sus vínculos con sistemas de producción capitalistas, localizados en un punto del continuo de relaciones sociales, económicas y espaciales entre las sociedades tribales y las tradiciones urbanas (el llamado folk-urban continuum), empotradas en un proceso de modernización (véase a Kearney 1996:50-52). Para ese entonces Redfield había escrito y publicado la mayor parte de sus obras, consideradas entonces (y ahora) en clásicos de la antropología del cambio social y cultural. Arthur J. Vidich (a quien hay que leer con detenimiento, sobre todo sus impresiones sobre sus colegas puertorriqueños y sus estudiantes, entre ellos Manuel Maldonado Denis quien posteriormente se graduó de PhD de la Universidad de Chicago), estaba muy interesado en esas comunidades al margen de lo urbano, pero vinculadas con esa tradición urbana. Localidades que participaban de la sociedad nacional, pero al mismo tiempo formaban pequeñas unidades con las relaciones Gemeinschaft a las que aludía Ferdinand Tönnies. Su inclinación por la observación partícipe, las comunidades pequeñas y la obra de Redfield le llevaron a estudiar el pueblo de Trujillo Alto, trabajo que—al igual que el libro de Morris Siegel sobre Lajas (véase a Duany 2005b)—quedó circunscrito a una copia mimeografiada, archivada en el Centro de Investigaciones Sociales bajo el título: Material on the Class Structure of Trujillo Alto.

Los “extranjeros” que se encontraron en esas coordenadas de la UPR en Río Piedras, formaron un grupo de discusión al que le llamaron The Country Circle; grupo que se reunía fuera de la universidad en la casa de Gordon y Sybil Lewis (2009:358) y que incluyó a profesores puertorriqueños como Carlos Albizu, Charles Rosario, Eugenio Fernández Méndez, Milton Pabón y Delia Ortega. Beate Salz fue integrante de ese grupo y según Vidich eran más amigos que colegas. Vidich mantuvo, según relata, una extensa correspondencia con Beate Salz aún después de su retiro de la UPR, y la memoria que guardaba de ella era una de mucho cariño. Robert Redfield fue invitado a una de esas reuniones, en las que se modificó el formato de ese círculo de intelectuales, y se hizo la actividad en el campus de Río Piedras para que pudiera asistir un público mayor.

No tengo los datos de manera precisa y lo veo todo como en una bruma, pero en esos años estuvo también el antropólogo argentino Rubén E. Reina, quien luego fue parte de la plantilla de profesores de antropología de la Universidad de Pensilvania, en Filadelfia. Reina recordaba con claridad, en una conversación conmigo en 1985, su relación profesional con Beate Salz y con John Victor Murra, pues tenían un interés por las sociedades indígenas y la situación de esas sociedades dentro de las modernas naciones estados de Latinoamérica (comunicación personal). Murra, de origen ucraniano (su verdadero nombre era Isak Lipschitz), de orientación marxista, forjó una obra etnohistórica importantísima sobre las sociedades incaicas y los procesos de articulación del poder en esa civilización, posterior a su paso por la UPR.2

Murra había estudiado en la Universidad de Chicago en los años en los que A. R. Radcliffe-Brown—uno de los fundadores del funcionalismo y estructuralismo en Antropología—dictaba cátedra.3 Así las cosas, el vínculo con la Universidad de Chicago estaba a flor de piel en Río Piedras. Reina estudió en la Universidad de Michigan y en Carolina del Norte, y su trabajo se concentró en las sociedades indígenas de Guatemala. Mientras estuvo en Río Piedras publicó en el segundo número la Revista de Ciencias Sociales (1957) una reseña sobre el libro Peasant Society and Culture: An Anthropological Approach to Civilization, de Robert Redfield (1956). Era una manera de vincularse con la escuela dominante de la época y con la figura más importante en el estudio de las transformaciones sociales de las sociedades indígenas de América Latina. Reina posiblemente había entrado en contacto con Redfield en Río Piedras, a través del Country Circle, pero es una especulación de mi parte. Lo importante es que el trabajo de Robert Redfield se convirtió en lectura obligada en Río Piedras, sobre todo para los estudiantes de antropología y sociología, a través de varios profesores como Eugenio Fernández Méndez y Beate Salz, entre otros.

Una mirada rápida a la bibliografía de la doctora Salz, disponible en Internet, nos muestra sus intereses en el “Indianismo”, y por los procesos de cambio en las sociedades indígenas, pero con especial atención al proceso de modernización, caracterizado por la industrialización y el uso de esa fuerza de trabajo en los “nuevos” esquemas industriales. Esos dos temas resumen su obra más extensa y sus trabajos más leídos y citados.

Su estudio sobre el Indianismo (1944) es, en mi opinión, un ensayo excepcional sobre el tema, en el que la autora se sumerge en las aguas turbulentas de los temas de clase y raza en América Latina. El problema de los indígenas es visto desde el problema político de los estados, y la incorporación parcial de estas sociedades y comunidades (los ayllus, por ejemplo) en el mundo industrial, nociones teóricas que serían tomadas por el marxismo y la antropología de los años setenta. El ensayo incluye un debate sobre la obra de importantes pensadores latinoamericanos como José Vasconcelos y José Carlos Mariátegui. Salz intuye un debate teórico posterior sobre el llamado modo de producción asiático, y mucho antes de los trabajos seminales de Murra la autora discutía con aplomo las características de las civilizaciones andinas como sistemas sociales y de producción. Su breve tratado termina con dos temas peliagudos: el mestizaje (en el contexto de un proyecto nacional) y los levantamientos y revueltas indígenas que tuvieron sus orígenes en procesos avasalladores como la rebelión de Tupac Amarú en Perú en 1780. 4

La búsqueda sobre su obra realizada en el Internet también nos revela que Salz era una colega distinguida y apreciada, quien proveyó generosamente su asistencia y comentarios en la preparación de obras importantes, como el clásico de Anthony Wallace Religion: An Anthropological View (1966).

En 1956 publicó un artículo en el primer número de la Revista de Ciencias Sociales: “Algunos aspectos psicológicos de la industrialización”, traducido del inglés por Milton Pabón uno de los miembros del Círculo. Sin citar a Max Weber, Salz hace un análisis sobre la importancia del tiempo (su uso y valoración), la disciplina y ética de trabajo, los peligros del derroche del tiempo en el Weltanschauung industrial y las diferencias entre los espacios de vida y trabajo y el control del tiempo y la producción. Hay un cruce de ideas entre este trabajo y el clásico de historia social “Time, work-discipline and Industrial Capitalism” de E. P. Thompson publicado en 1967. Ambos trabajos citan de entrada el libro Technics and Civilization (1934) de Lewis Mumford, y así hay otras tangencias. La experiencia de Salz con el proceso de industrialización de Ecuador le llevó a pensar sobre las dimensiones sociales de ese proceso y esa mentalidad de la modernización y el desarrollo.

La obra sociológica de Beate Salz fue reseñada en importantes revistas de antropología y ciencias sociales como Man (Smith 1957) y en The Journal of Economic History (Moore 1957). Raymond T. Smith, uno de los baluartes de la antropología de la Universidad de Chicago, especialista en el Caribe y en los sistemas de familia y parentesco fue muy crítico de su trabajo The Human Element in Industrialization (publicado en la Universidad de Chicago), sobre todo por la falta de etnografía. Según Smith su estudio (this “arm chair” study) pudo beneficiarse de una estadía más extensa en Ecuador, para tener una visión más precisa del proceso y alejada de los diversos estudios que se habían realizado y que citaba. Smith tenía la esperanza de que Beate Salz aprovechara su estadía en Puerto Rico para un estudio innovador sobre lo que le sucede a la cultura y la estructura social de un territorio bajo un programa vigoroso de industrialización (Smith 1957:60). Hasta donde sé, no hay un estudio de Beate Salz sobre Puerto Rico, como tampoco de los territorios y naciones caribeñas. Excepto que en 1958 anunciaba en una nota de investigación en la revista Social and Economic Studies, que iniciaba un estudio sociológico de Santa Lucía bajo el auspicio del Institute of Social and Economic Research, del University College of the West Indies. Desconozco si publicó algo sobre esa experiencia de campo. En la década de 1990 colaboré con el Caribbean Natural Resources Institute (CANARI) de Santa Lucía, e hice trabajos de antropología aplicada en esa isla para el Instituto. No me topé con trabajos realizados por Salz en la biblioteca de CANARI.5

Wilbert E. Moore, profesor de sociología en Princeton y especialista en estratificación social también reseñó The Human Element in Industrialization en 1957. Alabó el libro por ser una valiosa contribución a los estudios sobre los aspectos sicológicos y sociales del desarrollo económico, pero al igual que Smith señalaba que el estudio estaba basado en una visita “impresionista” a Ecuador, junto con una extensa revisión de literatura. Hay otros comentarios sobre la teoría y el análisis del proceso de industrialización, que van criticando el abordaje de esta profesora.

Beate Salz era una mujer—fuerte y productiva—en un mundo intelectual competitivo dominado por hombres estratégicamente ubicados en universidades prestigiosas. Escribía y reseñaba, y curiosamente había escrito un artículo (Salz 1947) cuando era estudiante graduada sobre el trabajo de Moore titulado Industrial Relations and the Social Order publicado en 1946. Su reseña es positiva y subrayaba la importancia del escrito en abordar la industrialización, desde un campo—que llamaba el autor del libro—“la sociología aplicada”, como un fenómeno cultural y social. En ese sentido, la autora consideraba que se convertiría en el estándar para estudios futuros sobre el tema. Al final hay un comentario crítico sobre la carencia de herramientas conceptuales y terminológicas en el trabajo de Moore, sobre todo en su tratamiento de las motivaciones de los participantes en el sistema y su relación con el contexto cultural.6 Probablemente la crítica de Moore al trabajo de Salz fue un tit for tat, o una represalia equivalente, de las muchas que hay en la academia.

En estos días en los que vislumbro un tanto cerca el final del camino antropológico, he procedido a realizar algunas reflexiones sobre nuestra disciplina y sobre lo aprendido en la marcha. Sobre todo, reflexiones en torno a los maestros y mentores que forjaron en uno la capacidad para transitar (de diversas manera, unas con aplomo, otras atropelladamente) por este camino. Cada vez que me enfrento al curso de Cambio Social y Cultural me acuerdo de mi profesora, de lo que me hizo sufrir en ese salón, pero de lo mucho que aprendí con ella, esas calurosas tardes en Río Piedras, en las que atravesé virtualmente por los procesos de transformación social y cultural en una escala global. Es justo en estos días, cuando el curso cesa como requisito para nuestros estudiantes de sociología del Recinto Universitario de Mayagüez, que escribo estas líneas, en las que justiprecio lo aprendido.

Notas
  1. Según relata, el decanato les proveía a este grupo de intelectuales con un equipo clerical que les asistían en la mecanografía de sus manuscritos, un tipo de asistencia que Vidich no recuerda haber visto en otras universidades.
  2. Llegué a la lectura y el análisis intenso de la obra de John V. Murra por medio de Pedro Carrasco, uno de mis dos mentores en Stony Brook, en su curso sobre Imperios y Civilizaciones e incluí esa referencia en mi ensayo sobre el concepto modo de producción y su aplicación en la antropología. Sobre la Universidad de Chicago, hace falta un análisis profundo sobre la relación entre esa institución y la UPR, una que tuvo que ver con la presencia de Jaime Benítez, quien se graduó de allí, al igual que Ángel Quintero Alfaro. Un buen número de estudiantes y profesores de la UPR fueron a proseguir estudios en la Universidad de Chicago, por mediación de Benítez: Manuel Maldonado Denis, Milton Pabón, Delia Ortega, José Arsenio Torres y Norman Maldonado (en el campo de la medicina), entre otros. Para una mirada profunda al proceso universitario de las ciencias sociales, véase el artículo de Jorge Duany (2005a) ¿Modernizar la nación o nacionalizar la modernidad? Las ciencias sociales en la Universidad de Puerto Rico durante la década de 1950. Duany no hace mención de Beate Salz en su análisis ni de los otros antropólogos mencionados aquí, excepto por Morris Siegel.
  3. Una anécdota curiosa y tal vez apócrifa narra como Murra corría por el pasillo donde A.R. Radcliffe-Brown dictaba su curso gritando “¡las clases sociales, dónde están las clases sociales!”. Véase: https://introduccionalahistoriajvg.wordpress.com/2012/08/09/␥-john-v-murra-1916-2006/
  4. Su interés por el problema de los indígenas y las sociedades latinoamericanas se forjó temprano durante sus estudios de bachillerato (licenciatura) en la Universidad de Ohio, bajo la tutela de John Phillip Gillin un importante especialista de ese campo, quien fuera su mentor. El extenso obituario de Gillin, escrito por por Ruben E. Reina cita el fragmento de una carta escrita por Salz y publicada en un volumen dedicado a Gillin donde resalta sus cualidades como profesor y mentor (Reina 1976: 86).
  5. Me da la impresión que Salz, en su entrenamiento como socióloga, no le prestó mucha atención a la etnografía ni a los estudios de campo. No obstante, ese era un debate que estoy seguro se daba en Río Piedras, pues era un entorno donde esa práctica era vital. Salz publica en 1961 una reseña en la revista Man sobre el libro Worker in the Cane de Sidney Mintz y publicado en 1960. En la reseña enfatiza la importancia del libro en el estudio del cambio, pero sobre todo por los conmovedores testimonios de Don Taso y su esposa sobre las transformaciones sociales y la conversión al pentecostalismo. Nuestra profesora quedó también impactada por el método usado por Mintz que incluyó la etnografía, el trasfondo sociológico, la historia y los comentarios y las fotos.
  6. El comentario de Salz es breve y muy somero, por lo que es difícil precisar sobre qué cosas del texto son las que tienen esa carencia y qué conceptos propone.

Referencias

Duany, Jorge. 2005a. “¿Modernizar la nación o nacionalizar la modernidad? Las ciencias sociales en la Universidad de Puerto Rico durante la década de 1950.” pp. 176-207, En Frente a la torre: Ensayos del Centenario de la Universidad de Puerto Rico, 1903-2003, editado por Silvia Álvarez Curbelo y Carmen I. Raffucci. San Juan: La Editorial, Universidad de Puerto Rico.

Duany, Jorge (Introducción y revisión). 2005a. Un pueblo puertorriqueño / Morris Siegel. de Jorge Duany. Traducción: Jorge Duany, María de Jesús García Moreno y Noelia Sánchez Walker. Hato Rey: Publicaciones Puertorriqueñas.

Kearney, Michael. 1996. Reconceptualizing Peasantry: Anthropology in Global Perspective. Boulder: Westview Press.

Moore, Wilbert E. 1957. Review: The Human Element in Industrialization: A Hypothetical Case Study of Ecuadorean Indians by Beate R. Salz. The Journal of Economic History. Vol. 17, No. 1 (March 1957), pp. 123-125.

Reina, Ruben E. 1976. Obituary: John Phillip Gillin. American Anthropologist. Vol. 78, No. #, pp. 79-86.

Reina, Ruben E. 1957. Reseña: Peasant Society and Culture: An Anthropological Approach to Civilization por Robert Redfield. Revista de Ciencias Sociales. Vol. 1, No. 1, (marzo 1957), pp. 194-197.

Smith, Raymond T. 1957. Review: The Human Element in Industrialization: A Hypothetical Case Study of Ecuadorean Indians by Beate R. Salz. Man. Vol. 57 (April 1957), p.60.

Salz, Beate R. 1961. Review: Worker in the Cane: A Puerto Rican Life History by Sidney W. Mintz. Man. Vol. 61 (May, 1961), pp. 93-94.

Salz, Beate R. 1959. Review: Machine Age Maya: The Industrialization of a Guatemalan Community by Manning Nash. Man. Vol. 59 (May, 1959), p. 91.

Salz, Beate R. 1958. Research Note: Field Study of St. Lucia. Social and Economic Studies. Vol. 7, No. 4 (December, 1958), pp. 238-239.

Salz, Beate R. 1957. Algunos aspectos psicológicos de la Industrialización. Revista de Ciencias Sociales (UPR). Vol 1. No. 1, (marzo 1957), pp. 79-91.

Salz, Beate R. 1955. «The Human Element in Industrialization: A Hypothetical Case Study of Ecuadorean Indians,» Economic Development and Cultural Change. Vol. 4, No. 1, Part 2 (October, 1955), pp. i-ix+1-265.

Salz, Beate R. 1947. Review: Industrial Relations and the Social Order by Wilbert E. Moore. Social Research. Vol. 14, No. 1 (March, 1947), pp. 115-118.

Salz, Beate R. 1944. Indianismo. Social Research. Vol. 11, No. 4 (November 1944), pp. 441-169.

Vidich, Arthur J. 2009. With a Critical Eye: An Intellectual and His Times. Edited and Introduced by Robert Jackall. Knoxville: Newfound Press, University of Tennessee Libraries

Vidich, Arthur J. 1955. Participant Observation and the Collection and Interpretation of Data. American Journal of Sociology, Vol. 60, No. 4 (Jan 1955), pp. 354-360.

Vidich, Arthur J & J. Bensman. 1957. La validez de los datos de campo. Revista de Ciencias Sociales (UPR). Vol. 1. No. 1, (Marzo 1957), pp. 117-137. (Publicado original mente en Human Organization, 1954, y traducido por Silvia Herrera de Witt).

Posteado por: antropikos | marzo 26, 2017

Wilfredo Geigel

Hace algún tiempo sucumbió—por razones técnicas—mi blog de Antropico. A raíz de eso desarrollé este blog, pero se perdieron en el Internet los artículos. Escribí este artículo, y la secuencia que le sigue, como una reflexión sobre los museos, pero también como una apología al licenciado Wilfredo Geigel. Me he despertado con la triste (y tardía) noticia de su deceso, lo que me ha causado una gran pena. Siempre le admiré. El y su esposa, la profesora Alma Simounet, siempre fueron gente maravillosa conmigo y con quienes les conocieron. Mis últimos encuentros con ellos fueron memorables y uno de ellos en el Paseo Lineal de Bayamón, donde corrían bicicleta, una de esas pasiones que nos unían, junto a los libros y la historia y cultura de nuestro país. Afortunadamente tuve la oportunidad de dejarle saber a ambos mi agradecimiento, por todo lo que hicieron por mi. Una partida que me duele, pero con la satisfacción de que pude conocerle y encontrarme con ambos en este camino.

Sobre museos

Los y las practicantes de la antropología tenemos un museo en nuestro pasado. O en nuestro presente y futuro. Es inevitable ya que es uno de los hitos, íconos y espacios esenciales de nuestra disciplina. Algunos los disfrutamos plenamente y los recordamos con mucha ternura. Mi primera gran experiencia en la disciplina fue trabajar para el extinto Museo de la Fundación Arqueológica Antropológica e Histórica (FAAH) de Puerto Rico, localizado detrás del Teatro Tapia en el Viejo San Juan. Amigos y estudiantes nos dimos cita allí para trabajar, comprometidos con el avance de la antropología y disciplinas afines: Pedro Orlando Torres, Ignacio Olazagasti, mi hermano Samuel Vera Santos, Nancy Villanueva, Edgardo Rivera, Haydeé Venegas y Pura Reyes entre otros.

Esa organización fue fundada por un grupo de anticuarios, diletantes, profesionales (como por ejemplo, Jalil Sued Badillo, Della Walker, entre otros) y mecenas de estas formas de saber. La fundación era dirigida por el Licenciado Wilfredo Geigel, un hombre visionario y de gran generosidad, a quien admiro y recuerdo muy gratamente. Todas y todos ellos con un interés genuino de que el saber avanzara y se divulgara en el público la riqueza cultural de las sociedades pre-colombinas.

Para desarrollar aun más esas disciplinas se publicó un boletín informativo, y se realizaban conferencias, talleres y viajes de campo para expandir el conocimiento. El museo exponía exhibiciones sobre el arte y artesanía de las sociedades aborígenes antillanas y en ocasiones sobre el arte peruano y de otras regiones de América. Una exhibición de talla de santos fue uno de sus grandes eventos en 1975 demostrando así su interés por los procesos culturales de Puerto Rico en épocas más recientes.

Para cultivar el aspecto científico y tener colecciones propias, resultado de investigaciones (y no de compra y colección) el museo reclutó a A. Gus Pantel, uno de mis mentores, amigo y compadre. Bajo la tutela de Pantel se hicieron decenas de investigaciones sobre diversos períodos y culturas aborígenes e inclusive sobre el período de la colonización.

Pasé largas horas en un “laboratorio de arqueología” midiendo, catalogando y clasificando piezas arqueológicas, en su mayoría lítica, herramientas de pedernal. Parece enfermizo, pero en ese tedio y acciones repetitivas hay una extraña forma de felicidad basada en el acto de ir organizando, pensando y clasificando al mundo (o a una fracción del mismo) para entenderlo e interpretarlo.

En 1976 pasé una temporada de trabajo de campo en Cabo Rojo, en el oeste de la Isla, que me expuso al profundo interfaz entre las sociedades humanas precolombinas y los ecosistemas costeros, usando los recursos del mar para su alimentación y para construir sus utensilios, artefactos rituales y arte.

Transitando por Cabo Rojo observé las comunidades pesqueras del municipio y le puse mucha atención a lo que sucedía en Puerto Real, un encuentro que determinó mi vida como antropólogo. Antonio Ramos Ramírez (Mao), historiador, arqueólogo y diletante me llevó a ver y a conocer los entresijos de las comunidades pesqueras de Cabo Rojo. Mi deuda con Mao es enorme.

En fin, que cada antropólogo tiene un museo en su pasado y el mío es el de la FAAH, organización que tuvo la osadía de pagar mis estudios universitarios de postgrado.

No obstante, existe una amplia literatura crítica sobre el papel de los museos, su afán coleccionista, su cosificación de los sujetos, su manipulación del conocimiento y la construcción particular de unos mundos que probablemente nunca existieron. Sobre eso comentaré en los próximos posts de Antrópico.

 

Anthropology is not a dispassionate science like astronomy, which springs from the contemplation of things at a distance. It is the outcome of a historical process which has made the larger part of mankind subservient to the other, and during which millions of innocent human beings have had their resources plundered and their institutions and beliefs destroyed, whilst they themselves were ruthlessly killed, thrown into bondage, and contaminated by diseases they were unable to resist. Anthropology is the daughter to this era of violence . . . a state of affairs in which I part of mankind treated the other as object. Claude Lévi-Strauss, “Anthropology: Its Achievement and Future” 1966 (250 RSP Equatoria).

Sobre museos II

Una de las reflexiones antropológicas más importantes sobre los museos y el proceso de coleccionar y curar objetos lo ha escrito Richard y Sally Price, dos de los estudiosos más importantes del Caribe. No me quiero detener en la obra de los Price, que es extensa y de una calidad extraordinaria, y si en su libro Equatoria. Para quienes estén interesados en conocer la vasta obra de estos antropólogos puede visitar su página del web.

http://www.richandsally.net/

Equatoria es una autocrítica sobre el proyecto en el que trabajaron conseguiendo y catalogando elementos de la cultura material de los saramaka de Surinam para un museo. En ese proceso de coleccionar, los Price reflexionan sobre la ética del proceso y la cosificación de un mundo humano que desafía los pedazos de cosas que se coleccionan, catalogan, curan y exhiben en un museo, con las interpretaciones de antropólogos extranjeros, pertenecientes a ese primer mundo distante pero muy presente en la vida de las sociedades coloniales y postcoloniales.

Las y los antropólogos, como otros tantos agentes del colonialismo y de la globalización, construimos a veces un mundo que no existe. En cierta medida, inventamos el mundo de los otros y las otras. O al menos, en nuestras obras más concienzudas y políticamente comprometidas se nos escapa un imaginario de unas gentes que desafían todo intento de clasificarlos.

Por eso clasificamos sus objetos, su cultura material, las cosas. Es más fácil. Las manipulamos, las interpretamos, las exhibimos y allí, al pie de la vitrina explicamos mundos complejos y milenarios con frases cortas diseñadas por especialistas para que el texto pueda llegar a todas las edades y niveles intelectuales.

Si usara la metáfora de la pintura, seríamos como Henri Rousseau, pintaríamos un mundo que refleje nuestras propias filias y fobias y nuestra invención de los otros, haciendo un collage de nuestra propia construcción y visión de mundo.

¿Será por eso que la portada de Equatoria tienen precisamente un detalle del cuadro la sorpresa de Rosseau?

Equatoria es también un libro experimental. Las páginas de la derecha son el texto del libro propiamente mientras que el espacio de la izquierda está cubierto de citas de agentes coloniales, antropólogos, y coleccionistas sobre el proceso.

 

Posteado por: antropikos | enero 19, 2017

The pointed bread is over

Se acabó el pan de piquito, y con éste la mantequilla. Se acabó la democracia, la gobernanza, la participación y la libertad de decidir el futuro. Y ponte pa’ tu número, porque en el I Ching te tocó para el futuro el Shih Ho, el 21, que para nada es el de Clemente.  (“Truenos y rayos. La imagen de morder a través. Así los viejos reyes establecían leyes firmes y con penalidades bien definidas”.)

Sí, tira tres monedas al aire, que esos chavitos prietos es lo único que quedará.

Golpe de Timón… interesante. Hay poesía y sarcasmo por parte de los aspirantes a caifanes.the-horror-dark-c

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Posteado por: antropikos | diciembre 23, 2016

Potlach

Escribo estas notas desde la memoria (de mis lecturas, de mis recuerdos de Franz Boas, Claude Lévi-Strauss, del Museo de Historia Natural de Nueva York), pues en este momento no tengo acceso a mis notas ni a mis libros. Pero cuando soplan estos aires navideños evoco esos rituales de las sociedades tribales, con los que podemos identificarnos. Siempre pensé que el kaiko (la fiesta del cerdo) entre los tsembaga maring de Nueva Guinea, era una variante de las fiestas navideñas.

Pero en estos días la palabra que me asalta la memoria es: potlach.

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Esta actividad era común entre las jefaturas de los kwakiutl (y de los haida y los tlingit, entre otros) de la costa del Pacífico, mayormente en Canadá. Los jefes tribales recogían, a modo de tributo, mantas de colores, objetos y adornos de cobre y otras cosas. Una vez al año celebraban un festín en donde recitaban, cantaban, evocaban la genealogía de los clanes y establecían los preceptos del tótem. En esa festividad comían en exceso carne de salmón y de foca, regalaban los objetos. Llegó un momento en el que en una pira u hoguera localizada en el centro de la casa grande, comenzaban a verter aceite de pescado y ese fuego quemaban las mantas e inclusive los objetos de cobre. En algunas ocasiones, la casa cogía fuego. Era, literalmente, tirar la casa por la ventana, una demostración de prestigio, por medio de la redistribución de los bienes. Era también una celebración de su cultura y una manera de “distribuir” el riesgo y las carencias en épocas de escases. Las autoridades coloniales hicieron todo lo posible por erradicar esa celebración que era, en su visión de mundo, una irracional, en términos económicos, ya que el fin aparente era la destrucción y consumo desmedido de bienes materiales. El potlach requería de un enorme esfuerzo por parte de los linajes del clan, en los preparativos y en su ejecución.

No sé, creo que estas navidades boricuas son el último potlach que celebraremos. Con un “paralelo” con la historia de los kwakiutl las autoridades coloniales (léase, la Junta de Control Fiscal) han de prohibir, de facto, la celebración de nuestro festín cultural. Los tiempos que se avecinan impondrán serias constricciones sobre nuestro patrón de consumo, con lo que veremos un impacto sobre la economía local. Pero antes de que todo se venga abajo, estamos preparados para este potlach, a tirar la casa por la ventana al son de coquito y chichaito, a verter aceites y comer salmón, perdón, debí decir lechón. Celebremos pues el fin de la tradición y del mundo tal y como lo conocemos.

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